Las plataformas de META y Google, invisibilizan o bloquean nuestros contenidos. Síguenos en Telegram
Que ya nadie le cree a los políticos es un tópico. Lo suyo, frecuentemente, es el tongo, far finta, simular, utilizar hasta el absurdo los recursos propios de ilusionistas y prestidigitadores. De ahí que los ciudadanos desconfíen hasta de lo que rezan… Una nota de Alfredo Vargas Gajardo.
Cuando era niño, mi padre en oposición a mi madre, nos llevó, a mi hermano menor Totito y a mí, a ver un espectáculo muy interesante, según él, al teatro-circo Caupolicán. El dicho teatro era el escenario principal de las grandes actividades culturales-populares: circo, box, danzas, cantantes famosos y sobre todo en lo que, respecta a mi padre, el Catch o la lucha libre. Al subir a la micro que nos llevaría al dicho teatro, el chofer compadrón, preguntó: ¿Los lleva al circo compadre?
Mi padre nos acomodó y se instaló al lado de su colega, él también era chofer de micros. Al llegar a nuestro destino, el colega gritó en dirección de mi genitor. “Estese tranquilo Don Fleta, acuérdese que está con los cabros” No era la primera vez que lo llamaban así, él sonrió cómplice, sin responder y nosotros, mi hermano y yo lo seguimos a saltitos. Yo sabía, porque me gustaba dejar mis oídos seguir las conversaciones de los grandes, que a mi padre lo llamaban Don Fleta, por su tendencia a ofrecer una tanda de palos a todo el mundo y a cualquier hora.

Al llegar al teatro, rápidamente nos llevó por unos pasillos con una escala de cemento y al fondo se veía un ring bajo un cielo de luces. Los hombres avanzaban toreándose, haciendo prueba de virilidad, conversando en voz alta, sin respeto ni pudor, por lo general eran bromas de baja calaña, mil veces dichas y repetidas. Mi padre avanzaba orgulloso con sus dos varones, algunos que parecieran ser conocidos le daban palmaditas en la espalda haciéndole remarcar el parecido real u aparente de sus hijos con el genitor, él sonreía orgulloso. Poquito a poco los focos de luces fueron orientados hacia el ring. Luego aparecieron cuatro hombres insólitamente vestidos. Por lo general dejando al descubierto los brazos y pechos musculosos. La muchedumbre aplaude, silba, abuchea, golpea con los pies el suelo, gesticula, aprueba, rechaza. El ambiente hierve y mi padre está feliz, tan feliz, como nunca antes ni después le vi. Pasan cuatro o cinco combates en solitarios o en pareja, los nombres de los luchadores tratan de retener la atención del público.
Por fin llega el momento tan esperado por los adultos. Llega el momento del combate real y sus apuestas. El combate final es en solitario, el primero en llegar, El ángel de la muerte y su máscara representa la idea que nos hacemos de ésta. El hombre es grande, cabeza rapada, a su entrada un locutor que anima los matchs, lo presenta a través de un currículum vitae extenso y exótico. “Admirable público, he aquí ante ustedes, el Ángel de la muerte. Vencedor de todos sus combates a través de su larga trayectoria por el mundo entero” El hombre respira, hace genuflexiones a derecha a izquierda, levanta sus brazos mostrando sus tatuajes, sus dedos grandes, gordos, están cubiertos de anillos, el árbitro le pide retirárselos, él lo hace con parsimonia, necesita que el tiempo se extienda, necesita ser admirado, el público cómplice aplaude. Luego llega otro hombre disfrazado, tenida en satín azul, brillante y el rostro lampiño descubierto, su caminar es amanerado, sus gestos totalmente diferentes al Ángel de la muerte, es recibido a gritos y rechazo, salta sobre las cuerdas y llega al centro del ring, el locutor no tiene tiempo de presentarlo, que ya se aprovecha de que su adversario está frente a su público y el hombre le aplica un tacle a nivel de la cintura. El combate ha comenzado.
El Ángel de la muerte sufre, se revuelca en el tapiz y las apuestas también han comenzado. Diez, diez gritan unos, cinco, veinte y así en una sonata impresionante de gritos en los balcones, las galerías, mientras en el ring el Ángel de la muerte sufre el martirio, mi hermano y yo nos acercamos a nuestro padre, tenemos miedo. El griterío inflama, el griterío asusta. Unos comienzan a abuchear a la estrella, al campeón que ha recorrido el mundo, quien se deja dominar por una marioneta afeminada. El orden de las apuestas cambia y mi padre también, él había seguido el combate riendo sin preocuparse del dolor ajeno, para mi él era un hombre, esas pequeñeces no lo alcanzaban, ríe a carcajadas y comienza a gritar: ¡Es un tongo! ¡Déjense de apostar, es un tongo! Un hombre que recibe las apuestas se acerca y le ordena: ¡Cállate concha de tu madre! Concha de tu madre es el insulto más grave, el más terrible, toca a la madre en sentimientos más profundos y a mi padre no le importa el insulto, él continúa denunciando el tongo. Y yo si bien conocía el insulto, la palabra tongo me era totalmente ajena.
En el ring el Ángel de la muerte ha sido lanzado por los aires por su adversario, el hombre en el suelo se queja, sufre dolores atroces, pero a pesar de ello, después de muchas tentativas logra por fin regresar al cuadrilátero. Las apuestas que al inicio eran favorable al Ángel, ya se encontraban en las más bajas, todo daba como ganador a la Mariposa alegre, como llamaban a su adversario. Y entretanto el dinero seguía pasando de una mano a otra y mi padre seguía con su retahíla, ¡es tongo, es puro tongo! Y ello seguido por los insultos, siempre los mismos, invariables.
Para sortear la censura de Youtube y Google, nuestros videos en la plataforma de videos Odysee
Preocupados por los gritos, los insultos, las apuestas, lo que vino después que el Ángel recuperó su lugar en el ring, creó la sorpresa general: tomó al Mariposa por las “alas” lo hizo girar a la altura de su cabeza y lo dejó caer sobre su rodilla derecha. Todos escuchamos un ruido de madera que se quiebra con la ayuda de un hacha.
Todo había cambiado, el árbitro se acercó, levantó el brazo del Ángel y lo declaró vencedor, mientras el otro se arrastraba por el suelo y mi padre seguía gritando: ¡Estafa, robo, es un tongo!
De regreso al hogar mi madre quiso saber cómo lo habíamos pasado: Un tongo, respondí, mi padre rió. ¿Un tongo? Preguntó ella. Eso es un robo, eso es una estafa. Gente que se pone de acuerdo, continuó docta, para engañar a los más inocentes.
Esta tarde de tongo quedó para siempre marcado en mi memoria y cada vez que quiero comprender algo, sobre todo en política, me pregunto: ¿Quizás aquí haya un tongo? Y mi última reflexión sobre el tongo viene del acuerdo entre gobierno y oposición en Chile para cambiar todo sin mover nada. Sin olvidar el más grosero de todos los tongos en la política chilena, el famoso regreso de la democracia.
Y cuando leí la carta de las 231 personas más “influyentes de la izquierda chilena” quienes llaman a un acuerdo nacional, quise gritar: ¡Aquí hay un tongo! Esperando los insultos de los estafadores aliados al gobierno.
Enviado por diarioelect.politika@gmail.com