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“La historia se repite dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.
La reciente negociación de primarias para la elección de alcaldes y gobiernadores dejó al descubierto un secreto a voces: la existencia de, al menos, tres oposiciones políticas. Esta constatación también explica por qué el gobierno de Piñera (el peor y más cruel desde el regreso a la Democracia), ha logrado sortear con tanta facilidad cualquier tipo de crítica política, pues al frente tiene a un grupo sumamente fragmentado de partidos que no logran ponerse de acuerdo ni en lo más mínimo. El modo en que se resolvió la accidentada negociación ha permitido hacer creer a los líderes de la antigua Concertación de que aún poseen muñeca política para aferrarse a espacios de poder. Si a ello le sumamos la torpe actitud de los partidos del Frente Amplio, esto ha favorecido la sensación de un “revival” de los partidos que hegemonizaron los años de la Transición.
A esos viejos estandartes de la Concertación ahora se les sumó el PRO de Marco Enríquez y Ciudadanos de Andrés Velasco, conformando una coalición sumamente parecida a la que se creó para enfrentar el plebiscito de 1988. Recordemos que en esa ocasión se coordinaron 14 partidos muy heterogéneos, que iban desde el PS de Almeida por la izquierda hasta el Partido Unión Liberal Republicana por la derecha. Lo que hoy vemos sería una burda replica de aquello, y tal como esa vez, hoy el Partido Comunista nuevamente ha quedado bajo la mesa de negociación.
Luego del primer gobierno de Piñera, los partidos de la Concertaión solo lograron volver a La Moneda de la mano de una líder excepcionalmente carismática y agregando al PC como vagón de cola. Eso fue la Nueva Mayoría, un intento de reanimación artificial de una coalición ya desgastada, y, por lo mismo, no logró perdurar en el tiempo. Pero los tiempos de las orgánicas partidistas pocas veces avanzan simultáneamente con los tiempos de los cambios sociales, es por eso que no sorprende ver a estos dinosaurios aún figurando en la primera línea de la política (incluso, literalmente, en primera línea en la Franja televisiva por el Plebiscito).
Ahora, Convergencia Progresista, que así se denominó la nueva coalición de los ex concertacionistas, presentaron una lista para gobernadores que ofrece escasa novedad de rostros y poca presencia femenina en sus candidaturas, otro indicio de que los viejos dirigentes no han entendido nada de lo que ha ocurrido en el país, no han tomado nota ni de la “revolución feminista de 2018” ni del estallido social del 2019.
No cabe duda de que desde hace algunos años, pero, en particular, desde octubre pasado Chile vive una crisis, entendida ésta como una posibilidad, un renacer de la vida politica y sus instituciones, y como muy bien señalaba Gramsci, es en situaciones convulsas de claroscuros en que “el viejo mundo aún no se muere, y el nuevo tarda en aparecer, en que surgen los monstruos”. Está por verse cuánto le queda de vida a la vieja política en este escenario de claroscuros, y qué nacerá de todo esto. Sin embargo, el riesgo que se corre es que si cada una de las oposiciones continua optando por el camino propio, compitiendo entre ellas y privilegiando sus estrechas cuotas de poder, le estaremos regalando el proceso constituyente y la eventual mayoría de la Convención a la derecha, una derecha que ante las amenazas siempre actúa en forma disciplinada y monolítica, y eso si que sería trágico, pues lo poco que se ha conseguido se obtuvo con sangre, sudor y lágrimas.
Por Cristián Martínez Arriagada, Cientista Político.
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