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A un año del 18 de octubre, la gente sigue marchando, sigue elevando demandas y la clase política apoltronada en sus sillones cómodos y confortables no hacen nada por yugular una situación que se les escapó de las manos, buscan una tabla de salvación en una marea de cambios.
Para nadie es un secreto que el plebiscito reordenará las fuerzas políticas desde la perspectiva electoral, la clase política en los últimos días se ha esforzado en intentar manejar las movilizaciones sin éxito, para mantener el status quo a como dé lugar y manejar lo que viene para sacar ventaja.
Utilizando una estrategia manoseada en torno a falsos debates en los medios de comunicación; condena la violencia, estigmatización de las movilizaciones, destacar la destrucción de semáforos, quema de Iglesias y pintado de la estatua de un prócer de “tercera” en la guerra del pacífico, completan la batería de discursos que copan los medios manejados por la derecha.
Ese buenísimo político viene a refrendar, ese concepto de Hannah Arendt de la banalidad del mal que magistralmente algunos políticos intentan revertir como la banalidad del bien. Ese buenísimo político de no ir hasta el fondo con las declaraciones, ese buenísimo político que esconde la moralina de parecer bueno, de ser insulso en el tratamiento de temas angulares, banalizándolos, extraviándose en una lógica bizantina, por ejemplo, en torno a cosas inertes como un semáforo. Bajo la idea de un supuesto electorado de centro, moderado, que privilegia el status quo es simplemente no entender nada. Muchos políticos saldrán del juego, pero se resisten a ello. El político profesional haciendo mal la pega.
Los tiempos que corren son esos clivajes históricos que se presentan como verdaderos portales, tras lo cual el tiempo histórico se vuelve trascendente a cada momento, y se sucede con lentitud para sus actores. Los hechos pasan a constituir monumentos conceptuales de larga interpretación en el futuro, como una capsula temporal destinada a estudio arqueológico. Uno de los errores de la clase política es asumir que este proceso desencadenado el 18 de octubre del 2019, es un fenómeno controlable, manipulable políticamente, incluso negable en su proporción a la opinión pública. La lógica de un sistema político que está visiblemente escorado, no permite que el liderazgo político aflore con fuerza y legitimidad y las movilizaciones no paran ni se desactivan, prueba fehaciente el domingo 18 de noviembre 2020.
Algunos tratando de vislumbrar cierta ganancia político – electoral, se tiñen de colores vivos como el camaleón para intentar atraer votantes. Otros en cambio, se vuelven buenos e intentan mantener una actitud expectante, pero arriba de la marea, adulando con declaraciones “correctas” a un supuesto electorado futuro que infieren de un Chile que ya no existe. Viven en la práctica a la defensiva, inmóviles.
En este juego político, la radicalidad va ganando el espacio con el objetivo de conseguir reformas estructurales en un sistema político económico que no da para más, y esa política de salón, de torre de marfil se vuelve ajena, off side. Las movilizaciones y el acontecer político están pasando por fuera del sistema, no consideran a los tres poderes del estado, es una marea incontenible que algunos intentan detener a fuerza de argumentaciones tradicionales y en la práctica solo caen en el juego manoseado de antaño.
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Las instituciones no funcionan, no están funcionando, podemos parafrasear con tranquilidad la frase del presidente Lagos. No hay remilgos en eso, porque a un año del 18 de octubre, la gente sigue marchando, sigue elevando demandas y la clase política apoltronada en sus sillones cómodos y confortables no hacen nada por yugular una situación que se les escapó de las manos, buscan una tabla de salvación en una marea de cambios. Hoy históricamente cualquier retoque cosmético parece insuficiente, el punto de ebullición parece estar cerca y el hastío de discursos decrépitos ya no hace sentido. A pocos días del referéndum las posibilidades de que este clivaje histórico abierto hace un año se profundice son predecibles, y puede ocurrir con certeza algo como la profundidad simbólica del cuadro de Francisco Goya: Saturno devorando a sus hijos.
Por: Ewald Meyer Monsalve