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No es sano para nuestra convivencia tener una burbuja autorreferente al oriente de la capital, ni el arribismo entre vecinos que debiesen colaborar en el desarrollo de sus territorios, ni menos la necesidad de caer en la ilegalidad para poder sobrevivir en esta extraña vecindad llamada Chile.
Esta semana post-plebiscito me enteré de tres cosas particularmente conectadas. Por un lado, que hay un tridente comunal en Chile empeñado en mantener sus privilegios o en hacer oídos sordos a lo que el mayoritario sentido común demanda. Por otro, que existe un fenómeno sociológico llamado el Síndrome de doña Florinda, término acuñado por el argentino Rafael Ton para identificar a personas que muestran aires de grandeza frente a pares de su misma condición social. En otras palabras, arribismo. Y por último, que en la periferia del Gran Santiago lleva levantado hace meses un campamento bautizado Bosque Hermoso que alberga tanto a chilenos como inmigrantes haitianos, peruanos, colombianos y venezolanos.
Hay una variedad de vecindades en nuestro país. Algunas se han visibilizado a ojos de todos, incluso para algunos ministros, a causa de la emergencia sanitaria del Covid19. Tenemos desde casas en barrios patrimoniales refaccionadas y convertidas en guetos hasta casonas donde viven más empleados que dueños de casa. En el medio, se encuentra la clase social representada por el 51% de los trabajadores chilenos que ganan hasta 400 mil pesos mensuales, según datos de la Fundación Sol. Son los protagonistas del sobreendeudamiento que les permite vivir en un condominio, en una villa o en un edificio.
Doña Florinda, en la aclamada serie creada por Chespirito, educaba a su hijo Quico mediante el mantra “no te juntes con la chusma”. Su hijo obedientemente ofendía al padre de su amiga Chilindrina diciéndole “chusma, chusma, pff” y le daba un empujón. El arribismo como conducta social pasa a ser un contenido más dentro de la educación familiar. Esta madre ficticia representa lamentablemente un carácter soberbio sustentado en la estabilidad económica, pues recibía una pensión del padre de su hijo y que la suponía sobre el resto, especialmente frente a un don Ramón atrasadísimo en el pago del arriendo y frente al Chavo, un niño huérfano que hacía de un barril su casa. Lo tragicómico es que doña Florinda era parte de la vecindad y, a la vez, renegaba de ella. En el día a día ofrecía a la comunidad un rostro adusto, desagradable, lleno de resentimiento. Pero en los momentos estelares no dudaba en sumarse a celebraciones o campañas solidarias. Ella tiene el gen del arribismo, pero es de clase baja o -como la llaman en nuestro país- de clase media baja. Y no lo podría negar.
¿Cuántas doñas Florindas hay enquistadas en nuestro barrios? ¿Cuántos de la clase media prejuicia al vecino y no le interesa generar vínculos? E incluso ¿cuántas personas prefieren endeudarse para mantener la apariencia del buen vivir?
La paradoja es que las tres comunas del negacionismo (o del Rechazo, como quieran llamarlo) son justamente aquellas que sí tienen conciencia de vecindario. Pelean en común por un ideario, aun cuando en la convivencia diaria viven llenos de hipocresía. Algunos comentan cómicamente que podrían levantar la lucha de la independencia al estilo catalán. “Somos Lavinsburgo” señalan otros. Tal vez alguno delire con la idea de levantar una muralla al estilo Trump.
¿Cuánto de cierto hay en el chiste que circula en redes sociales? Chile limita al oriente con Argentina, Las Condes, Lo Barnechea y Vitacura.
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En estas mismas tres comunas surgió el brote epidémico del Covid19 y curiosamente también han sido las que más rápidamente avanzaron en el plan Paso a Paso de desconfinamiento. Este tridente no tendría problemas en vivir apartado del resto porque en la práctica ya lo hacen. La gran mayoría de sus habitantes trabaja y estudia en la misma comuna o en una aledaña. Según un estudio del CEP de abril de 2018 los tiempos de traslado desde el domicilio al trabajo en Las Condes es en promedio de 34 minutos, mientras que en La Pintana es de 1 hora y 2 minutos. Los círculos sociales de los habitantes del tridente también son cerrados porque la educación es autosegregada. Van a los mismos colegios y luego a las mismas universidades. Los jóvenes carretean y hacen deporte en los clubes privados del sector. Prefieren pagar altos costos en uso de carreteras concesionadas para llegar rápido a destino y no codearse con otra realidad. Pagan el triple por un kilo de fruta en vez de ir a la Vega en Recoleta. Muchos secundarios y universitarios no saben cómo llegar a la Biblioteca Nacional. Doy fe de ello.
Si estuvieran interesados en hacer un tour social verían que en el bandejón de la Alameda y en pleno corazón de la ciudad se han instalado carpas de indigentes como no se había visto nunca en nuestra historia. Y si eso los motivara a recorrer Santiago Centro verían la proliferación de las nanoviviendas, departamentos-dormitorio de 17 metros cuadrados que se venden en promedio a 2000 UF, es decir, unos 55 millones de pesos. Un departamento más pequeño que un dormitorio en el barrio alto. En estas nanoviviendas solo cabe una cama, un velador y una silla. Y un televisor colgante. No es difícil suponer la estrecha relación que tiene el impacto de la vivienda en condición de hacinamiento en la salud mental.
Muchos compatriotas y extranjeros están lejos de reunir el dinero para costear el pie de una casa propia, tampoco les alcanza para los arriendos inflados que ofrecen un departamento de dos dormitorios por 500 mil pesos en San Miguel. Se han visto en la urgencia de resolver el problema de vivienda. La coyuntura de la pandemia sumada al alto costo de vida ha traído de vuelta lo que parecía resuelto en el Chile en vías de desarrollo: las tomas ilegales de terreno. Mediante el asentamiento en predios privados se establecen vecindarios autogestionados por vecinos desesperados. Bosque Hermoso es uno de ellos. Emplazado en Lampa, ocupa desde julio de este año un paño que pertenece a la constructora Socovesa. Cerca de 200 familias conviven en el lugar, intentando sobrevivir a la crisis. La empresa constructora ha dicho que presentará un recurso de protección para iniciar el desalojo. Mientras, las familias siguen organizando la toma mediante la construcción de calles y la apropiación de agua y luz.
En Bosque Hermoso las casas parten desde la lógica de una mediagua, es decir, una construcción ligera de 3×6 metros y se van ampliando de acuerdo a las necesidades del núcleo familiar. Según un estudio reciente de la Universidad de Chile, Lo Barnechea tiene viviendas en promedio de 169 metros cuadrados mientras que La Pintana solo de 48. En ambas comunas el promedio de habitantes por vivienda antes de la pandemia era de 4 personas. Seguramente hoy el hacinamiento en las comunas más pobres es mucho mayor.

En los tiempos efervescentes que corren, donde la gran mayoría aspiramos a pensar un nuevo Chile, es imperioso poner sobre la mesa la discusión sobre cómo mejorar la calidad de vida. El problema de la vivienda es añejo e incide directamente en la convivencia diaria, en la estabilidad emocional y en la dignidad. En estos últimos años la crisis habitacional se ha acrecentado producto del interés desproporcionado de poner lo económico por sobre lo social. Se ha normalizado vivir dentro de una caja de fósforos. Hoy un balcón donde salir a respirar y poner un macetero es casi un lujo. A pesar de todo, no hay que desconocer que el Programa de Vivienda Social desarrollado por los gobiernos en democracia ha incrementado el tamaño de las propiedades, pasando de 40mts2 en 1990 a 55mts2 hoy en día. Esta alza debe ser sostenida y el acceso a la vivienda tan maniatado por la burocrática ficha del Registro Social de Hogares, modernizado.
Es urgente llevar la discusión de la crisis habitacional a la mesa constituyente. Esperemos que quienes tengan la oportunidad de redactar la Carta Magna levanten un debate democrático que vaya pavimentando la eliminación de cada una de estas y otras barreras discriminatorias y que las referencias que acá se conectan como una causalidad desaparezcan.
No es sano para nuestra convivencia tener una burbuja autorreferente al oriente de la capital, ni el arribismo entre vecinos que debiesen colaborar en el desarrollo de sus territorios, ni menos la necesidad de caer en la ilegalidad para poder sobrevivir en esta extraña vecindad llamada Chile.
Por :Rubén Garrido. Máster en LIJ, Universidad Santiago de Compostela
Ojalá se consagre constitucionalmente el derecho a la vivienda digna. Como dice el autor, es imperativo.
El gran debate podría ser sobre los deberes de las intituciones, empresas, ciudadanía y Estado para consagrar tal derecho.