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“Crisis en Perú y Chile: diferencias y semejanzas”

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A pesar del alto nivel de afectados por Covid, la gente ha salido a las calles porque consideraba que el presidente carecía de legitimidad. Una de las cosas que están exigiendo, es poder cambiar la Constitución, una Constitución hecha en dictadura y que, entre otras cosas, consagra el Estado Subsidiario. Es por eso que también piden tener D° de acceso a la tierra y al agua, porque los únicos que se han enriquecido en estas décadas ha sido una pequeña elite asociada a las transnacionales. Por ultimo, otro sector social que siempre ha sido postergado han sido los pueblos indígenas, quienes exigen tener derecho a un mayor reconocimiento y autodeterminación. En vista a la multitudinaria movilización, el gobierno ha respondido con sus fuerzas represivas, dejando a muchos heridos. de esto han tomado nota Organismos internacionales señalando que es probable que en el país se estén violando DDHH.

Todo lo señalado nos parece muy familiar, pero no ocurre en Chile sino que está aconteciendo estos días en Perú. Como se puede apreciar, hay muchas similitudes entre un estallido social y otro, sin embargo, sus causas son diferentes, aunque el origen en ambos casos se puede rastrear hasta una Dictadura. En 1990, el pueblo peruano, cansado de la hiperinflación y el terrorismo que dejó el primer gobierno de Alan García, prefirió votar por un “independiente”, el chinito Alberto Fujimori, un personaje inocentón sin pasado partidista y que creó una Plataforma política “Cambio 90”, solo para efectos de la campaña. A poco andar, mostró su real identidad, impulsando una política de shock neoliberal y exigió tener más atribuciones presidenciales pues, según él, el Congreso era poco eficiente. Así fue como realizó un autogolpe en 1992, instaurando una férrea dictadura tecnocrática, que no se medía a la hora de luchar contra las guerrillas. En 1993 llamó a un Congreso Constituyente, para redactar una Nueva Constitución, y en cuyo texto se incorporó la filosofía neoliberal de la Subsidiariedad; desde entonces el Estado se desvinculó de resolver los profundos problemas sociales que aquejan históricamente al país. También instauró un tipo de regimen de gobierno bastante sui géneris, pues es un presidencialismo atenuado, con un primer ministro y vicepresidente, pero que tampoco logra ser un semipresidencialismo, de modo que se superponen ciertas atribuciones del Ejecutivo. Finalmente, el regimen fujimorista cayó en un intento del dictador de ser reelecto el año 2001. Su principal herencia fue dejar un país en una profunda crisis institucional, con una corrupción generalizada y un discurso antipolítico y antipartidista que permeó a toda la sociedad hasta el día de hoy.

Alejandro Toledo (2201-2006) no logró hacer mucha diferencia, pues el daño ya estaba hecho. Alan García (2006-2011) apoyado por el APRA pudo haber revertido los efectos de la dictadura, sin embargo estaba más interesado en limpiar la imagen de su primer nefasto gobierno, incluso a costa del propio APRA. En 2011 el pueblo nuevamente escogió a un “independiente”, Ollanta Humala, un ex militar con un discurso nacionalista y populista, quien compitió contra Keiko Fujimori, la heredera del dictador. Esto revela que el antiguo sistema de partidos había desaparecido, dejando paso a los populistas de turno. El “independiente” Kuczinsky tampoco tenía un partido detrás, por lo que creó “Peruanos Por el Kambio” para vencer en las elecciones de 2016. A poco andar, el presidente fue cuestionado por sus lazos con la constructora brasileña Odebretch, la que también había entregado dinero a Humala. Es por eso que debió asumir el vicepresidente Vizcarra, quien debía haber concluido el mandato de Kuczinsky.

Haciendo uso de sus facultades, Vizcarra llamó a elecciones anticipadas el año pasado, sin embargo, en vez de lograr una mayor disciplina parlamentaria, el nuevo Congreso resultó mucho más fragmentado que el anterior, actuando como camarillas y grupos de interés y no como partidos, además, Vizcarra era un presidente sin partido politico ni bancada que lo apoyara, solo contaba con un alto respaldo ciudadano. Una forma de deshacerse de este molesto presidente fue a través de una moción de censura por “incapacidad moral” debido a un caso de corrupción que lo comprometía cuando fue gobernador de Moquegua (2011-2014). Sin embargo, sus acusadores tampoco están libre de culpa: de los 130 miembros del parlamento, 68 está siendo investigados actualmente por corrupción. Por otra parte, resultaba improcedente la vacancia, considerando que las próximas lecciones generales están presupuestadas para pocos meses más, en Abril de 2021. El reemplazante de Vizcarra resultó ser Manuel Merino, un congresista que obtuvo su escaño con solo 5.000 votos. Esa es una de las razones por las que el pueblo lo consideró como un presidente ilegítimo, sumado a la violencia de las policías, ha generano un clima social que nos recuerda los primeros meses del estallido chileno. Lamentablemente, el futuro del Perú no se ve muy promisorio, pues los principales candidatos a la presidencia son otros outsiders, tal como ha sido la tónica desde el año 90.

La imprevista renuncia de Merino a la presidencia, forzada por algunas muertes de manifestantes, solo genera más incertidumbre en la nación vecina. Para resolver su sucesión se requiere elegir una nueva mesa directiva del Congreso, el cual debiera elegir a la nueva cabeza del Ejecutivo, hasta las próximas elecciones.

Partidos débiles sin ideología ni disciplina, corrupción generalizada de la clase política, una Constitución hecha en dictadura y que no responde a las necesidades actuales de la sociedad, y una población que ha preferido apoyar candidaturas independientes de caudillos populistas, en vez de intentar recomponer el sistema político. Creo que es posible sacar ciertas conclusiones del caso peruano: la democracia es sumamente frágil, ser “independiente” no asegura una superioridad moral o un desempeño virtuoso en el mundo politico (lo demuestran todos los ex presidentes peruanos formalizados por corrupción), y el vital rol que desempeñan los partidos, porque como señala Agustín Squella: “La animadversión a los partidos politicos suele esconder una mal disimulada aversión a la democracia como forma de gobierno.”

"Víctor Jara, nunca podrán borrar tu legado" 

Por : Cristián Martínez Arriagada, Cientista Político

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