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Uno de los principales cuestionamientos que hiciera en el siglo XVIII Emanuel Joseph Siéyes, sobre el orden político, público y jurídico que primaba en Francia en la antesala a la revolución, se centraban en tres prácticas recurrentes de las monarquías de la época. Por una parte, el despotismo político que se traducía en el desprecio cargado de prepotencia e injusticia hacia los sujetos populares, el nepotismo y coacción de las familias aristocráticas en su ambición por monopolizar poder a costa del ejercicio de cargos públicos ( burocracia) y la corrupción de las instituciones encargadas de garantizar las normas básicas de convivencia.
Estas malas prácticas inspiraron al francés en ser fuente y defensor de la Asamblea Constituyente. Sólo con tres interrogantes contestadas en forma acotada desarticulo el discurso de quienes espuriamente ejercían el poder y dominio en Francia. Preguntas muy simples cuya reflexión extensa conducían a una respuesta acotada y ceñía a la razón vital (verdad). ¿Qué es el Tercer Estado-pueblo?). “Todo”. ¿Qué ha sido hasta ahora en el orden político? “Nada”. ¿Qué es lo que desea? “Ser algo».
La trilogía interrogativa repara en la necesidad de motivar a la ciudadanía de la participación de un proyecto político común, donde se evidencia la renuncia a los intereses particularmente mezquinos de algunos (contrario a todos) y la accesibilidad de que la estructura política visibilice a los que no siendo nada ahora sean el todo. En el transito participativo –la condición de deseo de ser algo– proyecta la clásica meta que respaldaran los pensadores griegos desde Aristóteles a Platón: el bien común.

A meses de instalarse la experiencia constituyente en Chile, y sin desconocer el truco técnico discursivo y jurídico que impone la clase política –de tradición histórica a nivel nacional en la usurpación de los logros populares o ciudadanos– nace la inquietud colectiva de ¿cuáles deben ser las cualidades de quienes participen en el desafío nacional?.
En principio la pugna al interior de los partidos políticos por obtener un cupo en los escaños “ofertados” devela y transparenta lo que en realidad son esas organizaciones políticas, vergonzosamente nos enfrentamos a grupos que siguiendo con la tónica de la usurpación de los logros populares, muestran la ambición desmedida, intereses no manifiestos e intencionalidades que por el actuar deben estar muy lejos de las necesidades reales de la ciudadanía.
Lamentablemente, en Chile esa es la realidad de los partidos políticos. Sus ansias de anclarse delatan que no están ahí por una reflexión sana y participativa, sino que todo lo contrario. Ya sean 2/3, 1/4 , 3/4, ó el orden fraccional que ellos pactasen, es una muestra fehaciente que el principio que los inspira no es el de integrar sino más bien segregar y en la medida de lo posible monopolizar su participación.
Se hace necesario entonces, comparar la elíptica histórica de los líderes políticos que nos buscan imponer. Déspotas, corruptos, demagogos debieran restarse, pero como ellos en su enfermiza obsesión por el poder no lo harán, deben ser los ciudadanos comunes quienes los dejen inhabilitados.
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Es fundamental que el proceso previo se reconozcan cuales serán esos nuevos liderazgos, los que no necesariamente deben salir de la “academia”, de los estudios jurídicos también es factible construir un proyecto social donde la carta magna desde el principio de la defensa de la DIGNIDAD rescate la participación del dirigente comunal o sindical. Después de todo: Porque nunca el médico consulta si ha de sanar, ni el retórico si ha de persuadir, ni el gobernador de la república si ha de poner buenas leyes, ni, en fin, otro ninguno jamás consulta del fin, sino que, propuesto algún fin, consultan de qué manera y por qué medios lo alcanzarán. Y el fin de esta Constitución es reparar la arquitectura de una sociedad dañada por el abuso y las arbitrariedades.
Por : Felipe Vergara Lasnibat. Magister en Estudios Históricos y Sociales de América y Chile, Académico UPLA, Valparaíso, Chile ca y Chile