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Todo cambió para que poco cambie; una transición diluida, un grupo de poder que accedió al gobierno, si a los anteriores recaderos se les llamó nuevos ricos, los de ahora se hacer llamar “elite”; camarilla ligera y transitoria, de colores transversales y acotada a los mismos intereses que en tiempos de dictadura dijeron combatir.
El poder de verdad, ese que ostentan las llamadas siete familias, forjó una operación exitosa; hizo una invitación abierta a participar de la fiesta de la impunidad, con claridad dijo: no habrá devolución de tierras, no habrá devolución de empresas robadas, no habrá cambios en la ley del embudo, no habrá rostros nuevos, no habrá verdad y justicia a las violaciones a los derechos humanos y un largo no habrá…
Varias personas, todavía no eran personajes, se bajaron de aviones, salieron de sus villas, incluso, algunas víctimas directas y otras indirectas (hijos e hijas) fueron con el sombrero a informar que querían concurrir al convite. Dijeron que tenían ideas; por ejemplo, iniciar campañas o financiar partidos, pidieron recursos a nombre de la cultura o se hicieron de alguna responsabilidad estatal. Se trataba de pensar en el futuro, de proyectar un bienestar que evocará al pasado, pero que no repitiera (en sus vidas) el dolor y la criminalidad de aquellos años, aunque significará guardar silencio ante el padecimiento de los otros u otras.

El asesinato de Francisco Martínez, el de Camilo, “suicidado” en un calabozo de carabineros, el asesinato de Camilo Catrillanca, los asesinados/as “sin culpables develados”, pero que conocemos sus uniformes, , las/os dirigentes sociales asesinadas/os y rotulados como suicidios, las/os heridos/as oculares, las mujeres y hombres ultrajadas/os, las/os presas/os políticas/os y un sinfín de atrocidades que han cometido agentes del Estado; crímenes que el gobierno justifica y la oposición lamenta, pero NO castiga.
El pasado se hace presente y el asesinato indigna y se naturaliza. ¿Hasta cuándo?Y sin embargo, eligen el silencio.
Por Dino Pancani