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EL POZO CONSTITUCIONAL Y EL PÉNDULO IDEOLÓGICO

El proceso constituyente aparece como una fórmula de la clase política para encontrar una salida que no conlleve a cambios dramáticos en los pilares que fundamentan el orden económico neoliberal, donde el 20% más rico, concentra el 70% de la riqueza.

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«El hombre superior organiza la sociedad humana para que funcione como el organismo de una planta, y los individuos se ayuden mutuamente en beneficio de la comunidad».

«A un pozo tan viejo ni los pájaros se acercan«

YI KING
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«Penetrada la opción preferencial [de los “curas comunistas”] por los pobres de una fuerte semejanza con las tesis marxistas sobre la lucha de clases, esos enfoques condenan la riqueza como algo casi intrínsecamente negativo y opuesto a los valores del evangelio cristianos».

JAIME GUZMÁN

«Las luchas por la libertad fueron sostenidas por los oprimidos, por aquellos que buscaban nuevas libertades, en oposición a los que tenían privilegios que defender».

ERICH FROMM

En la cultura geopolítica de la antigua China, el número dieciocho tiene un significado especial: es el número del orden de todo lo que cubre el cielo imperial. Es el ordenamiento espacial que gira en torno al pozo; como instalación básica para proveer agua, es un dispositivo vital. Es por eso que el ordenamiento espacial del territorio gire en torno a él.

En el Yi King (el texto clásico más antiguo de la cultura China, oráculo y fuente de sabiduría y conocimiento para gobernantes y estrategas del imperio) el pozo corresponde al Hexagrama 48. Richard Wilhelm, uno de sus traductores y más afamado comentarista de occidente, dice sobre el pozo que es un símbolo de la organización social que ha sido desarrollada por la humanidad para enfrentar las necesidades vitales más primitivas; esta organización es independiente de todas las formas políticas. Las formas políticas, las naciones, cambian, pero la vida humana, con sus exigencias, permanecen iguales, inalterables. (…) una organización política y social con una sólida gobernanza sobre la humanidad, requiere una doble condición. Se debe atender la raíz de los fundamentos de la vida. Porque toda superficialidad en el ordenamiento de las reglas de vida que deja insatisfechas las necesidades vitales, es equivalente a decidir no hacer nada; asimismo, una actitud desdeñosa que rompe el cántaro para extraer agua del pozo, es igualmente desastrosa.

El número dieciocho en este orden político y social es determinante en la configuración de los espacios; en la china antigua, los campos de cultivo se distribuían alrededor de un terreno central donde se instalaba el Pozo. El conjunto de todos los campos tenía la estructura de un “cuadrado mágico”, en el cual la suma de los números en cruz (tanto en el sentido diagonal como vertical- horizontal) era dieciocho.

De esta forma, el artefacto vital perdía su sentido si el pozo se secaba, no se mantenía o servía a intereses personales de la autoridad que despreciaba la importancia tanto del elemento, como del artefacto. Fundamentalmente, una estructura social anticuada, que fabrica anquilosadamente estados de decadencia, no cumple el sentido de la dialéctica entre el pozo y la vida humana. Esta dialéctica implica movimiento, es decir, al pozo se va y viene por el elemento vital y configura el ordenamiento y transformación del territorio. Fue ese hexagrama, el 48, El Pozo, el que arrojó el oráculo cuando consulté el libro por el momento crítico por el cual pasaban los territorios en rebeldía la primera semana desde el 18-0.

Tampoco pude encontrar mejor metáfora para entender el ordenamiento jurídico constitucional en decadencia, puesto en crisis.

Fuera de las consignas, la estructura político-económica constituida de manera ilegitima, no resistió más. Se ha constatado que una minoría muy minoritaria, el 20% más rico, concentra el 70% de la riqueza; curiosamente, esa desigualdad en la distribución pudo verse correlacionada con los resultados del plebiscito, ya que un 21% votó rechazo a la elaboración de una nueva constitución. Esto ya resulta majadería, por eso resulta muchísimo más interesante adentrarse en los limites ideológicos del proceso constituyente precisamente porque el momento crítico revela ha expuesto a aquellos/as que configurarán el nuevo orden político económico.

"Víctor Jara, nunca podrán borrar tu legado" 

De este modo, el proceso constituyente aparece como una fórmula de la clase política para encontrar una salida que no conlleve a cambios dramáticos en la ostentación del poder de distribución de los nichos de negocios repartidos en dictadura y fortificados en un proceso de transición democrática que, después del plebiscito de octubre del 2020, aún no termina. Hasta aquí, podemos decir que la postdictadura no ha llegado (en mi opinión ya una tesis desechada) puesto que los pilares que fundamentan el orden económico neoliberal, están salvaguardados constitucionalmente y fueron muy bien atendidos por la comisión de expertos y expertas que elaboraron (en nombre de los partidos políticos con representación en el congreso) la reforma constitucional necesaria para convocar el plebiscito del 25 de octubre. En este contexto, ocurre lo que se ha llamado muy asertivamente, una reacción agónica de un orden de cosas que toca su fin; otra forma de decir que el pozo constitucional no cumple su función vital y la crisis ya se ha desatado. Y esto continua.

A estas aturas, ya se han radicalizado las posiciones y podemos identificar claramente a quienes responden a la salida institucional plebiscitada y aquellos que desconfían de la clase política que ha pactado cuotas de poder en un orden de cosas ya evidentemente agónico; esto lo podemos constatar ahora mismo en las poblaciones que se enfrentan a la violencia de Estado por no acatar los dogmas de la ideología neoliberal. Pero esto no sale en la TV, aunque ocurra de manera incesante desde el 18-O. Ciertamente, para las elites políticas y culturales, estos son percances históricos y globales, por eso es preferible acotarlos a instancias locales para fines comunicacionales propagandísticos y así salvar la apariencia de gobernabilidad y racionalidad mientras se pueda (y de manera transversal por la clase política).

Imposibilitados de reacción por lo que Naomi Klein llama doctrina del shock, en una noche (que los ideólogos del giro interpretativo definen como histórica) nos impusieron un plebiscito que, sorpresiva y supuestamente, era lo que pedían millones de manifestantes a lo largo del país.

Pero ya el sentido de este salvavidas democrático que significó el plebiscito, está vaciado y eso pudimos apreciar, digamos, con la falta de densidad demográfica y mítica del primer aniversario del estallido social. También en la engañosa y difundida idea de que el plebiscito significó, según el SERVEL, la mayor votación de la historia de Chile. Sin embargo, en términos proporcionales, solo votó la mitad del padrón electoral, es decir, convocó a la misma cantidad de votantes que una elección cualquiera de los últimos 10 años, siendo en cambio, la abstención el fenómeno político-democrático más elocuente de la llamada crisis de representatividad. De este modo, el giro interpretativo del sentido popular del estallido fue rápidamente fagocitado por la clase político-económica utilizando estrategias propagandísticas culturales.

Como medio propagandístico cultural, la primera franja electoral (la del apruebo y rechazo) apeló a la imagen del recuerdo de esa época de oro de la TV, y en específico las teleseries, entendidas como nicho comercial. Es un retroceso en el imaginario popular de más de 30 años, lo que nos localiza históricamente en el anterior plebiscito, el de 1988. La franja se permitió recrear la mítica del triunfo del NO, la del jaguar en ascenso y el recuerdo de las jugosas ganancias del implantado neoliberalismo; tiempo feliz que remite a otro giro interpretativo, el de la otra revolución que el Joaquín Lavín de los 90’ llamó silenciosa. Es curioso cómo somos testigos de la manipulación maquiavélica del tiempo histórico para programar ciudadanos reaccionarios; después de todo y en perspectiva, al parecer la estábamos pasando muy bien. Pero es imposible quitarse de la cabeza la imagen de dinosaurios políticos consiguiendo prerrogativas democráticas por sobre la masa joven y viva; la manipulación de esa chispa encendida por escolares mediante redes de comunicación subalternas a la odiosa arena política de matinal de TV.

Ahora, esa manipulación del tiempo histórico, viene aparejada de una manipulación del imaginario social basada en la tesis de la revolución silenciosa, y de que Chile era un ejemplo para toda latinoamérica. Incluso las posibilidades de los jóvenes y niños de mi población vecina, La Pincoya, eran bastante auspiciosas según Joaquín Lavín en ese mismo libro, La Revolución Silenciosa. Si no fuera suficiente, decía Lavín, los pincoyanos eran bastante más creativos si de educación se trata ¿por qué?, se pregunta, porque comparado con los de La Pincoya, un niño del Barrio Alto de 6 años de edad, es una “guagua” a la que sus padres o empleadas cuidan, visten, le dan alimentación y le organizan o compran juegos. Un niño de 6 años de La Pincoya, en cambio, en la mayoría de los casos, debe buscar fórmulas para procurarse su propio alimento, además de vestirse solo y resolver sus problemas diarios. Esto lo hace varias veces más creativo. La Pincoya, mejor que el Barrio Alto, se atrevió a titular ese capítulo.

Esta violencia simbólica se reproduce en cadena nacional durante las franjas electorales del plebiscito y constituyente: estamos pasando una mera crisis de representatividad que debe solucionarse con la oferta de nuevos rostros ante la demanda ciudadana, como si de productos de supermercado se tratara. El proceso constituyente se ha transformado en el catalizador de esta política neoliberal de alto riesgo para las elites del poder.

Una vez obtenido el triunfo del apruebo en el plebiscito, debemos conformarnos y estar agradecidos de poder elegir a aquellos que reconstruirán el anticuado pozo constitucional. Pero los limites ideológicos, establecidos ex ante, ya fueron trazados por un puñado de políticos lobbistas, y exactamente igual que en el plebiscito de 1981: con las FAAA en las calles, cómplices del desprecio sistemático a la anhelada dignidad y vida humanas. Así, la violencia física se complementa con la violencia simbólica del proceso constituyente viciado y que, de seguro, las generaciones futuras tacharan de ilegítimo.

Pero, irónicamente y ante los ojos del globo, aparecemos como ciudadanos modernos ejemplares: muy buenos consumidores de innovaciones políticas. Elegimos lo que quisimos y basta ahora dejar en nombre de la representatividad, el debate más importante de los últimos treinta años de historia política.

EL PENDULO IDEOLÓGICO

Establecidos los mecanismos de selección de convencionales, por la constituyente circularán, no los ideales efectivamente democráticos, ni la necesidad de consagrar constitucionalmente derechos sociales, circulará la ideología necesaria para retocar un orden económico (supuestamente) ya sin las “odiosas” críticas de legitimidad de origen de la constitución de Jaime Guzmán. Pero la ideología necesaria para el “nuevo orden” circula fluida y exclusivamente por las tiendas de los partidos políticos del pacto de noviembre de 2019, tamizada por la mesa de expertos que redactó la reforma constitucional para convocar el plebiscito que da inicio al proceso constituyente. Básicamente, lo que fraguó esa mesa de expertos, fue la articulación de los subterfugios legales necesarios para la protección del modelo económico del statu quo, y así lo expresó Claudia Heiss (una de las catorce personas que la integraron). En entrevista a La Tercera declaró: «Hay mucho de la Constitución del ’80 que se va a mantener (…) es poco probable que pase algo que cambie radicalmente el sistema político chileno porque la Constitución va a seguir dialogando con las normas que están vigentes (…) cuando asumimos la mesa técnica, pensamos que iba a haber un acuerdo político sobre la composición de la convención para darle más inclusión y representación a la sociedad civil. (…) en el fondo, el problema es que estamos tratando de hacer una salida institucional liderada por los partidos en un contexto de mucho descrédito de los partidos.»

En este sentido, el oscilamiento del péndulo ideológico de la constituyente no será muy dramático, lo que se traduce en malas noticias para las variadas demandas sociales provenientes del estallido social y que las poblaciones alejadas del centro del poder, aun defienden a punta de barricadas y enfrentamientos con carabineros. Lo que estamos presenciando, es más bien una superflua reforma constitucional disfrazada de innovación democrática. De esta forma, entramos de lleno en lo que debería considerarse un debate fundamental: el ideológico.

Los conceptos clave para trazar el hilo conductivo del debate ideológico, son autoridad, lucro y muy destacadamente, la noción de libertad. Esto requiere especial detención en el rol importantísimo de las ideas de Jaime Guzmán para establecer los márgenes y posibilidades de la constituyente por venir. Estos conceptos fundamentales sostienen el debate que, por lo visto, debe limitarse a dejar incólume el modelo político-económico erguido por los así llamados civiles de Pinochet y reforzado por los gobiernos transicionales de la concertación, incluyendo los de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet.

El rol de Jaime Guzmán toma relevancia, su vida estuvo volcada a articular y cohesionar el legado de la dictadura, integrando sus creencias religiosas y convicciones políticas, ideas que tomarían forma en la constitución de 1980; preámbulo de esa tarea, fue su tesis sobre la Universidad, escrita conjuntamente con Jovino Novoa en su época de universitario. Podemos considerar las ideas ahí plasmadas como el primer borrador de un proyecto más ambicioso que solo vio luces gracias a la dictadura de Augusto Pinochet.

En el contexto de reformas universitarias, Guzmán proclamaba el ideal aristocrático para el gobierno universitario, donde consideraba que “el alma de las comunidades universitarias” residía en el claustro académico; solo integrado por “profesores e investigadores” que representaban a la autoridad. En esa especie de ensayo constitucional, Guzmán, consideraba la monarquía como el sistema político perfecto y la democracia más bien algo instrumental. De esta forma fue configurando el ideal de un gobierno autoritario que vuelca a modo de manifiesto en la declaración de los principios del gobierno de Chile, donde se plasman sus ideas principales y que inspiran a los integrantes de la junta de gobierno de Pinochet. De manera sintética, en ese documento se pueden distinguir los elementos conservadores y liberales de la constitución, fundamentados en su noción personal de autoridad y libertad.

Diez días después del golpe, en reunión secreta, la junta militar dictó un decreto ley designando una comisión para realizar el estudio para una nueva constitución política. Sería conocida como la comisión Ortúzar y en ella participara Jaime Guzmán. En esta comisión Jamie Guzmán despliega los ideales fundamentales de su pensamiento: autoritarismo y libertad económica.

La idea fija de Guzmán era derogar la constitución de 1925 y dar inicio a un profundo proceso de “desarme democrático” (como le llama Renato Cristi en su libro “el pensamiento político de Jaime Guzmán”) para dar paso al liberalismo económico. Para Guzmán, la institucionalidad vigente al momento del golpe estaba muerta, y era culpa de Allende; de esta forma era justificable no solo la ilegalidad cometida por los militares y los asesinatos (excesos necesarios) de los enemigos del orden, sino mucho más importante, la necesidad de un nuevo orden social, político y económico.

La figura preponderantemente influyente en este nuevo imaginario institucional era Diego Portales, su único parangón en la historia; de ahí el carácter revolucionario del que hablaba el Joaquín Lavín de los 90’, refiriéndose al modelo económico cristalizado en la nueva constitución. Pero aquí podemos desmitificar esa pretensiosa idea de revolución, que, en palabras de Gabriel Salazar, más bien sería una contrarrevolución militar, anti-proletaria, hilarantemente entusiasta y simpatizante con el capitalismo internacional.

Revolución o no, esa articulación sistemática de la nueva institucionalidad engendrada en la mente de Jaime Guzmán, consta de dos impedimentas que la hacen bastante sui generis, por decir lo menos, considerando que son determinantes si se pretende cambiar la constitución. La primera, es la fundación de un partido político cuasi inmortal (la UDI) sobrerrepresentado (a través de un sistema binominal de elección parlamentaria); que decidiría todo por siempre jamás (aunque fueran minoría minoritaria), que, a su vez, resguardara los cerrojos constitucionales. La segunda, y la más importante, la estipulación de quorums que le otorgara a su sector, un inocente poder de veto en caso que ocurriera lo peor: reformas constitucionales que pusieran en peligro el instrumento de acumulación económica instalado en dictadura. Implicadas en ambas impedimentas, están, primero, su noción de autoridad a través de la democracia representativa (monopolizada por los partidos políticos, por lo tanto y en la práctica, una democracia censitaria) y la de libertad (económica) a través de la sacralización del lucro en la constitución, tamizada por un Estado subsidiario.

Aquí habría que recurrir a la demonología particularmente expresada por Marx en El Capital para imaginar a un engendro (fruto del incesto entre políticos-lobbistas y empresarios de estirpe vampiresca) confabulando bajo las sombras del poder. Así mismo, e irónicamente, es practica recurrente de los defensores del dogmatismo de mercado, recurrir a la demonología para referirse a aquellos que se oponen a las sagradas leyes del de le libertad económica. Sobre este aspecto, Franz Hinkelammert apunta que la sacralización de la institución de mercado se eleva a un status divino, un templo de la perfección, un excelsis dei inalcanzable a causa de la resistencia de los malvados que impiden su perfeccionamiento; sin embargo, esa perfección debe ser alcanzada sin piedad. “aparece el pensamiento: o ellos o nosotros, caos u orden, el diablo o Dios” De esta forma, la ideología del mercado se transforma en teología política que parte de esa demonización. Según Renato Cristi, los ideales fundamentales de Jaime Guzmán para edificar la nueva institucionalidad se sostienen sobre la familia tradicional; en virtudes como la rectitud, la sobriedad, la austeridad y en ultimo termino, reveladas en ideas absolutas emanadas de la Ley Natural. Al mismo tiempo, al gobierno autoritario, viene aparejado el ideal de un gobierno nacionalista, y en principios como la moral del mérito y el esfuerzo personal. Pero esto era válido sólo para gobernantes, no para gobernados, concluye Cristi.

Esto resulta en una abultada madeja ideológica llena de contradicciones y dicotomías siendo la más importante la diferenciación entre la voluntad individual y colectiva; entre individuo y Estado; entre el ciudadano público y el individuo privado. entre ángeles y demonios. En palabras de Cristi, es esta doctrina escolástica la que utiliza Jaime Guzmán para darle “soporte metafísico” a su concepción de libertad. Pero como apunta Hinkelammert, esa noción de libertad es un comodín que sirve para negarlo todo, por lo tanto, esta vaciada de contenido; esa articulación del concepto de libertad neoliberal se opone a enemigos imaginarios, a fuerzas del mal que impiden la actualización de la perfección del mercado, la entrada triunfante al excelsis dei. Así, esta ideología de mercado necesita de los medios que sean necesarios para alcanzar su perfección; se vuelve dicotómica: es anti-intervencionista (anti-estatal), anti-utópica (imposible de solidaridad), anti-terrorista (enemigo de todos quienes se opongan a la libertad económica) y en ultimo termino, anticomunista; todas las anteriores antiposturas necesarias para exterminar el cáncer comunista. Sobre este punto es elocuente una columna de Guzmán donde cuestiona la mala fe de los llamados “curas comunistas” demonizando en este caso al padre Pierre Dubois:

Ellos [los “curas comunistas”] rechazan la riqueza en sí misma, como algo casi esencialmente negativo o antievangélico. El padre Dubois insinúa que sólo puede ser un buen cristiano el rico que se disponga a «dejar de serlo», desprendiéndose materialmente de sus bienes. (…) Si todos los ricos debiesen repartir sus bienes, destruyendo los capitales que tienen, ¿cómo se lograría crear la riqueza y los empleos que permitan a los más pobres dignificarse con el trabajo y vencer su actual pobreza? Siendo el capital un elemento indispensable para ello, ¿propician entonces esos eclesiásticos que, desaparecidos los capitalistas privados que ellos repudian, la tarea básica de producir se colectivice a través de la propiedad estatal de los medios de producción, o bien de utopías como un esquema generalizado de empresas autogestionadas impuesto por la ley? ¿O es que aspiran a que los ricos dejen de ser ricos, pero que los pobres sigan siendo pobres, porque supuestamente sólo la pobreza de todos posibilitaría una vida cristiana y una convivencia fraterna?

De esta forma, Guzmán logra cohesionar su propia fe con los ideales de la economía de mercado y la libertad individual, pero en este punto, al integrar elementos emanados del derecho natural congruentes con la ideología de mercado, se separa de la realidad sin poder decir ya nada sobre la realidad concreta y, según Hinkelammert, para todos los problemas urgentes solo se predica el dogma de más mercado: ya no puede decir lo que es ni referirse a lo concreto. Ante esta nada se utiliza la palabra libertad como una suma de “antis” y, en definitiva, libertad solo es posible ahí donde el comunismo no está.

Este sortilegio ideológico de Guzmán, ya convertido en mandato divino o dogma, ha tenido un efecto persistente hasta hoy y de eso se encargaron los integrantes oficialistas de la mesa de expertos que redactó la reforma constitucional en diciembre de 2019 para iniciar el proceso constituyente; comisión que fue encabezada por el ex presidente de la UDI Ernesto Silva. Si había algo que defender en ese debate ideológico (de muchísima más relevancia que la constituyente misma) era ese mandato cuasi divino de Jaime Guzmán: defender a toda costa la prerrogativa de los partidos políticos (entendiendo que se refiere a la UDI) en periodos electorales y por sobre todo, la santísima libertad (económica). Esto último quedó plasmado en la reforma constitucional para convocar el plebiscito a través de las disposiciones especiales, en tanto que la defensa de los quórums solo sería posible mediante el aseguramiento del mecanismo de elección de convencionales, establecidos en el pacto de los partidos políticos en noviembre de 2019.

Esto quedó sellado y articulado en la imposibilidad de los eventuales convencionales de desconocer tratados de libre comercio ni de poner en tabla de discusión aquellos temas que estén deliberándose paralelamente el congreso (debemos recordar que habrán tres cámaras funcionando: la de diputados, la cámara alta y la constituyente), pues de lo contrario, se estaría atentando, dice la disposición especial, contra la soberanía.

De esta forma, el péndulo ideológico oscila tranquilamente entre estas dos dimensiones: libertad económica (lucro) y legitimidad (autoridad); esto se traduce en que las posiciones más cercanas a terminar con el lucro y reestructurar el sistema económico adicto a la acumulación, quedan fuera de debate (por eso las candidaturas independientes, prácticamente no existen ni en tiempo ni espacio; es la prerrogativa del pacto partidista de noviembre de 2019), Sin embargo, en el lenguaje de las precandidaturas digamos, dominantes, podemos percatarnos que aun así, ofrecen todo lo que se pueda imaginar, incluso apropiarse de consignas, objetivos, emblemas, discursos; atribuirse convocatorias, movimientos, horizontes, acciones, y un infinito etc.; porque al final y como ha ocurrido hasta ahora, todas las demandas sociales pueden objetarse mediante el arma definitiva de la derecha, la inconstitucionalidad. Así la izquierda culpará a la derecha de obtusa y la derecha apelará al imperio de la ley. De esta forma, la mayoría de las propuestas programáticas de las y los candidatos/as a constituyentes son, en la práctica, inaccesibles por el cerrojo ideológico pactado por los partidos políticos. Sin embargo, somos testigos de una oferta infinita de candidaturas que ofrecen, como mercancías, una cantidad igual de infinita de propuestas programáticas que no caben en la diminuta piñata constituyente que oscila, ideológicamente, sin mayores sobresaltos.

Frente a este panorama, es necesario prestar atención, no solamente al proceso constituyente, sino también a las elecciones parlamentarias de noviembre de este año, ya que el cerrojo consiste en no dejar entrar en el debate constituyente aquellos temas que el eventual parlamento tenga en tabla de discusión. Ahí entonces entrarán en conflicto las distintas posiciones ideológicas sobre libertad, lucro y autoridad, esta última entendida como el tipo de gobierno democrático que se discuta. Además, debemos exigir, como un acto genuino de soberanía, que ese nuevo parlamento desconozca pactos y abra los cerrojos. De lo contrario, es posible (se ha murmurado marginalmente en el debate profundo) que las mencionadas impedimentas provocarían un segundo estallido social que terminaría súbitamente con la recién nacida constitución, puesto que una vez descubierto el ardid (que legitimaría el modelo económico del statu quo como efecto no deseado en el plebiscito de salida) le otorgaría a los movimientos sociales la chispa necesaria para encenderse y ensombrecer la desprestigiada política partidista, que, como lección histórica, no ha hecho más que practicar excesivamente y hasta el último de sus días, la agonizante democracia censitaria, pilar fundamental del marco ideológico concebido en la mente de Jaime Guzmán Errazuriz, un muerto con ideas y prerrogativas por sobre los vivos…

Por Cristián Villanueva Acevedo • Egresado de Sociología UNAP | Temas: Modernidad • Ecología Política • Conflictos Ambientales • Desastres Socio-Naturales • Movimientos Sociales 

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