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Escribe: Sebastián Alvarado Fuentes
Cada cierto tiempo, tanto a nivel nacional como internacional se agudizan las contradicciones sociales, dando pie a un ciclo de convulsiones que agrietan el sistema, posibilitando a la vez reformar, modernizar o cambiar el orden institucional. Cuando eso sucede, al interior del mundo literario se suelen dividir las posiciones: entre quienes que defienden el orden imperante, buscando que perviva el mundo que les ha permitido una vida de privilegios (o, en su defecto, buscando conseguir esa vida), y entre quienes apoyan la voluntad transformadora de los movimientos sociales. Hoy en día me parece que es fácil decir que Cristian Warnken (o Wanker), es un fiel representante de los primeros.
Con regularidad, Cristián nos sorprende con alguna carta o columna publicada por algún medio de comunicación propiedad de los grandes empresarios del país, en la que, en lo que pareciera un elogio a la ridiculez (una especie de performance antipoética estirada hasta el absurdo), se enfrenta a grandes adversarios, cuyo historial podemos resumir en: jóvenes que juegan Pokémon Go, la obesidad (que caracterizó como una monstruosidad exclusiva de la gente no ABC1), cualquier discurso que sea levemente parecido a lo dicho por alguien de izquierda en los setenta, Pamela Jiles y ahora, recientemente, el nombre Chokita.

Repasemos algunas de esas batallas (dignas de un Quijote del siglo XXI).
Durante el año 2016 se registraron masivas protestas en contra de las AFP a lo largo de todo Chile, pero eso, supongo, no era suficientemente interesante para el señor Warnken (o quizá no interesante, sino conveniente para su visión de mundo). Era mejor enfrentarse con esos niños, prematuras encarnaciones del mal, que jugaban con celulares en vez de buscar la poesía extraviada, en vez de buscar subir o bajar del Olimpo o de leer a Parra o Lihn hasta quemarse los ojos.
También durante los últimos años vimos que volvieron masivamente las ollas comunes a Chile, por la coyuntura de la pandemia y la ineficacia del gobierno para confrontarla. Mientras eso sucedía, el valiente hidalgo Warnken, ex alumno de la Alianza Francesa y decano de la UDD, aprovechó la ocasión y se colocó su armadura, para el aumento de su honra y para servicio de la república, y arremetió con frases grandilocuentes contra nuestras preocupaciones banales.
El problema para el gran intelectual que monopolizó la belleza del pensamiento, en realidad no era el COVID sino la existencia de gente gorda (y pobre, no lo olvidemos, porque la gente de Vitacura como él es incapaz de caer en eso, son todos seres de luz que se levantan a leer sobre romanticismo alemán, luego van al gimnasio, hacen yoga, pintan mándalas y pasean por las calles buscando la quintaesencia de la vida que seguramente terminan encontrando en las columnas del diario de Edwards). Y al respecto escribió una larga e insoportable carta al ministro Paris, rogándole que se preocupara más de la obesidad que de la emergencia sanitaria.
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Supongo que las familias y amigos de las decenas de miles de víctimas del virus no están muy de acuerdo con el señor Wanker.
En sus últimas cartas, sin embargo, rompió sus propios límites a niveles delirantes. Juntó en las mismas frases a Hitler y Jadue, o a Pinochet, Trump y Jiles, como si existiera algún nivel de comparación entre ellos (recordemos que Pamela Jiles confesó haber sido torturada en dictadura). Es extraño, en todo caso, que este juez en los infiernos no haga asociaciones similares con ninguna figura de la derecha actual (al único que critica abiertamente es a Piñera, lo que no es raro en la gente de las 3 comunas). Me imagino el motivo.
Si buscan su Carta a la clase política, verán que nuestro no amigo se basó en la encuesta CEP para “analizar” el futuro de algunas figuras públicas. Le recomendaría que para la próxima no confiara mucho en ella, por lo menos creo que eso se puede concluir de los resultados de las primarias (Jadue aparecía con menor aprobación que los candidatos de ChileVamos y terminó sacando más votos que el más votado de ellos). Por otro lado, en su misiva elogiaba a las instituciones de orden, por ser muy queridos por la población chilena (aunque, claro, no dijo nada posteriormente cuando se supo que los postulantes a Carabineros bajaron en un 86 %).
El problema de la gente como Cristian es que con el tiempo se vuelve predecible. ¿Quieren saber qué es lo próximo que dirá sobre el devenir político del país? Busquen la opinión de algún bot de derecha en Twitter sobre algún tema intrascendente, adórnenla con alguna referencia a Nietzsche o Parra y coloquen algún comentario que intente ser cómico desde una especie de complejo de superioridad. Listo. Ya pueden ser publicados en El Mercurio o en Pauta.
En este momento me imagino al gran intelectual pensando en nuestra realidad, en nuestro pueblo (el monstruo que componemos todos), sentado en algún café de Vitacura, sintiéndose mal porque Chile no es igual a una postal de escritores que hablan sobre la modernidad en la Francia decimonónica. Y solo puedo decir: perdónanos, Cristián, por no cumplir con tus expectativas. Hemos estado demasiado ocupados en manifestaciones para cambiar este país, lo que me da la sensación que para ti, supuesto marxista arrepentido (al estilo de Mauricio Rojas), no es algo muy relevante.
Para terminar, recuerdo que nuestro intelectual dijo alguna vez que uno no puede decepcionarse de lo que ya está decepcionado. Debo manifestar que en lo personal, sobre ese tema, prefiero la frase de Dewey de Malcolm, y basándome en ella, déjenme decir: hoy en día nunca esperamos nada de Cristián Warnken y aun así nos decepciona.

- Desde lo más hondo y existencial del ser, El punto de no Retorno se configura como una novela desbordante de razones y cuestionamientos. Narrada desde la perspectiva de Luciano, un introspectivo joven universitario que se encuentra en lucha constante por descubrir sus motivos,
su lugar, en espacios muchas veces acelerados pero monótonos, en una sociedad en que lo de afuera corroe en jerarquía y admiración a lo de dentro. No importa a dónde vamos, si no tenemos donde ir, o si batallamos día a día con la realidad concreta y el devenir, hasta que nuestro origen transmuta a una interrogación de respuestas borrosas e inconclusas, carente de espacio e incluso de tiempo.

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Tampoco esperamos nada de estos chilensis ultristas que envejeciendo terminan en la UDI Los resentidos poco agraciados no les queda mas q acumular diplomas, para el ego personal pero no aportan nada al país.