Curar heridas, oir con respeto, visibilizar y reconocer a las y los ninguneados y pisoteados por el Estado chileno durante 200 años, y que, por primera vez, han tenido ocasión de alzar su voz, de instalar sus quejas y de emocionar a un país. Ese ha sido el papel que le ha tocado realizar a la Comisión de DDHH de la Convención Constitucional: escuchar los dramáticos y sentidos relatos históricos de los Pueblos Originarios y el pueblo afrodescendiente y recoger esa olvidada memoria. Quizás uno de los momentos más emotivos fue cuando el representante del pueblo Selk´nam, José Luis Vásquez Chogue, contó cómo su abuelo y su familia habían sido desarraigados, y “chilenizados” a la fuerza, perdiendo sus nombres originales y sus raíces. Pese a ello, sus familiares tuvieron suerte, pues fueron de los pocos sobrevivientes del genocidio de su pueblo: “El joven que ven en la lámina es mi abuelo. Su nombre indígena era Koshpa y fue cambiado por Carmelo. Él ingresó a la misión salesiana en 1899 junto a su madre y tres de sus hermanos. Habitaron con cerca de mil indígenas en la misión salesiana en su mayoría selk’nam y nuestros hermanos kahueskar. Su hermano Julio, Camilo y Juana junto a su madre fueron parte de los 25 que sobrevivieron al genocidio”, recordó.
¿Qué pueden hacer los representantes del Estado actual respecto a esta masacre perpetrada hace más de 100 años? ¿Es posible curar tan terribles heridas del pasado? ¿Basta solo con permitirles ir a una audiencia pública para que se desahoguen ante los constituyentes? Al parecer, hay gestos, pasos que se pueden dar, pero el Estado, y este gobierno en particular, se niega a otorgar, tal como señaló el representante Selk´nam: “Este actual Gobierno tiene truncado nuestro proceso de reconocimiento. Es irrisorio la cantidad, el dinero que se necesita para nuestros estudios, es una cifra irrisoria, pero este Gobierno no quiere darlo para hacer nuestros estudios correspondientes y ser reconocidos como un pueblo indígena. No estamos pidiendo que nosotros, mi hermana, seamos reconocidos como selk’nam, es nuestro pueblo, al que se mató, al que se exterminó.”
Las estructuras institucionales han sido históricamente indolentes respecto de la violación de los DDHH, y no solo respecto de los pueblos originarios, sino también sobre lo ocurrido en el pasado más reciente. Es, por ejemplo, lo que ocurre con el vergonzoso caso del ex edecán de Pinochet y ex almirante Jorge Arancibia, actual constituyente por la ultraderecha, quien logró tener un asiento en la Comisión de DDHH, sin embargo, la misma Comisión prefiriódejarlo fuera de las audiencias públicas, con el fin de no revictimizar a los familiares de desaparecidos por la dictadura que vayan a una futura audiencia. Por si fuera poco, ambos genocidios tienen nexos en común: el escritor Enrique Campos Menéndez, uno de los principales asesores de la Junta de Gobierno, y redactor de los primeros bandos militares de 1973, era nieto del estanciero Menéndez y Menéndez, el principal responsable de la masacre de los selk´nam a fines del siglo XIX, quien los exterminó para extender sus propiedades en la Patagonia, pagando una libra esterlina por cada indio muerto. Al parecer, la maldad de esa familia no tenía límites.
Quizás en Chile hemos normalizado que algunos grupos sociales son susceptibles de ser abusados una y otra vez, total no poseen contactos sociales, ni apellidos ni acceso a instancias de poder. ¿Quién se va a preocupar por el destino de un indio (selk´nam, kahueskar, mapuche, coya, etc), o de un maldito comunista? Eso es lo que debe pensar en su fuero interno el ex almirante y los demás representantes de la derecha más dura, quienes miran con asco a estos personajes con sus trajes exóticos o a esos “sucios izquierdistas que deberían haber sido exterminados por mi general Pinochet”.Ahora, se ven obligados a estar sentados junto a esos extraños, que hablan dialectos primitivos, que se atreven a exigir derechos y a ser tratados como iguales, y lo peor, es que también pretenden coescribir las reglas institucionales para los próximos 40 años. Esa elite egoísta e inmisericorde tendrá que aprender que algunas cosas están cambiando, y que esas otras voces también tienen derecho a ser protagonistas del nuevo país.
Por Cristián Martínez Arriagada, Cientista Político