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La elección presidencial y el ostracismo de la democracia

La segunda vuelta de las elecciones presidenciales, que enfrenta a las dos primeras minorías, de la minoría que votó (solo un 47%), ha generado debate. No en torno a quién votarle entre un nostálgico del Tercer Reich y la triste prolongación de la Concertación con otro nombre. Sino en cuanto a las causas que llevaron a este desastre: una elección de pachanga...

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Existen dos maneras de enfocar los resultados de la elección presidencial. La primera manera es de modo serio y despojado de complejos políticos. La segunda, es tomar la actitud de un fan de tal o cual partido, como hacen algunos militantes que culpan del resultado de su candidato a quienes no votaron por su opción.

Cada elector tiene derecho a votar por el candidato que le plazca, independiente de si lo hace informado, pertenece a la “chusma inconsciente”, obedece a una falta de conciencia de clase, vota ideológicamente o porque se compró el discurso de algún charlatán, incluso si vota por sus sepultureros (el porqué votan por Fulano, Mengano o Zutano, es otro tema, aquí solo me refiero al derecho de hacerlo).

Por lo tanto, resumir todo al argumento de que mi candidato no ganó, o sacó menos votos de los pensados, porque los demás votaron por su propio candidato es ridículo.

En el caso de los candidatos que pasaron a segunda vuelta, en especial Gabriel Boric, que llegó segundo, tras uno de los candidatos del pinochetismo, hay que decir que no se debió a quienes optaron por Provoste, MEO o Artés. Aunque todos los votantes de estos últimos hubiesen votado por Boric, José Antonio Kast, Sichel y Parisi igual hubiesen sacado la votación que sacaron. Entonces, el problema es otro. Y tiene que ver con nuestro sistema político, con el régimen político que nos rige, y con la incapacidad de los candidatos y partidos no pinochetistas de lograr que un 53% del electorado se interese en participar en las elecciones.

Electorado dentro del que se encuentra la inmensa mayoría que, de una u otra manera, participó en la insurrección del 18 de octubre de 2019, votaron por el Apruebo y derrotaron al pinochetismo en la elección de convencionales.

En la elección presidencial y parlamentaria el Congreso quedó prácticamente empatado hacia la derecha, y en la presidencial los candidatos pinochetistas llegaron primero (nazi-pinochetista), tercero (pinochetista solapado) y cuarto (pinochetista doliente moral). Es decir, todo lo que se resumió en la frase “no fueron 30 pesos, fueron 30 años”, no hizo eco en el 47% de quienes votaron para elegir presidente, salvo en los 103.000 votantes de Artés (opción refundacional). Menos hizo eco, obviamente, en el 53% que no asistió a votar.

"Víctor Jara, nunca podrán borrar tu legado" 

¿Los culpables? Es evidente que son los partidos y dirigentes que, si bien se declaran progresistas, de izquierda, democráticos, antipinochetistas, etcétera, han cogobernado, mediante distintas estructuras, con la derecha, y han sido complacientes con los empresarios y la oligarquía, acomodándose en sus poltronas a cambio de privilegios monetarios y amparándose en el discurso del “respeto al republicanismo” y “tradición democrática” de nuestra nación.

Por lo tanto, no es extraño el resultado en la primera vuelta. “La culpa no es del chancho…”, reza el refrán popular, sino de la actitud de quienes nos han gobernado, y que, teniendo las herramientas para realizar cambios de verdad, solo los vociferan de la boca hacia afuera.

Felipe Portales, autor del libro Los mitos de la democracia chilena lo refleja muy bien en estas palabras: “¿Qué diagnóstico se hizo después de Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet y ahora? La intuitiva sabiduría popular nos tuvo que decir que “no son treinta pesos; son treinta años”. Pero, desde hace dos años, ¿hemos avanzado en la comprensión de por qué la Concertación regaló la mayoría parlamentaria en 1989? ¿O por qué no quiso hacer pactos con el PC para tenerla en 1997? ¿O por qué no la utilizó para cambiar el modelo neoliberal cuando finalmente la obtuvo durante Lagos y Bachelet? ¿O por qué los gobiernos de la Concertación destruyeron toda la prensa de centroizquierda, a través de la discriminación del avisaje estatal? ¿O por qué buscó sistemáticamente la impunidad de los violadores de derechos humanos? ¿O por qué privatizó más del 70% de la gran minería del cobre? ¿O por qué, no sólo convalidó las truchas privatizaciones de la dictadura, sino que continuó privatizando todo lo que pudo?; y, en definitiva, ¿por qué se sigue ufanando de los “grandes logros” de los 30 años?

Si no somos capaces de comprender todo lo anterior, ciertamente que no estaremos en posición de avanzar en democratizar la sociedad chilena”. Allí está parte de la respuesta para entender porque existe un 53% de personas con derecho a voto que no les interesa votar ¿para qué, dicen, si nada cambiará?

Otro punto es el lenguaje timorato e indulgente con que la prensa, en especial la de la televisión, ha tratado al pinochetismo y al que los políticos “progre” se han sumado, consciente e inconscientemente, al hacerse parte de los eufemismos y simplezas al momento de juzgar.

De hecho, el Washington Post publicó una columna donde se lee lo siguiente: “Si Kast ha logrado avanzar como nunca antes ha sido gracias a la equidistancia de los medios que no han llamado al fascismo por su nombre ni se han espantado, como sucedería en cualquier otro lugar con un piso mínimo de respeto a los Derechos Humanos, cuando Kast defiende y reitera su posición de negacionismo sobre los crímenes cometidos durante la dictadura. De hecho, el tema solo se volvió un escándalo cuando la Asociación de Corresponsales de la Prensa Internacional en Chile lo enfrentó con sus propios dichos durante una conferencia de prensa…”.

Pues bien, a esos mismos medios, solidarios con el pinochetismo, como El Mercurio y La Tercera, entre la prensa escrita, además de la TV, la Concertación y Nueva Mayoría jamás dejaron de financiar con el avisaje estatal.

Por lo tanto, y dado lo anterior, no es aventurado decir que la democracia en Chile, a la cual se aspiraba por fin tras el triunfo del NO en 1988, continúa en el ostracismo.

Y digo “se aspiraba por fin” porque nunca en el país existió la verdadera democracia, ni antes del golpe ni después del golpe de 1973. Me refiero a aquella democracia encabezada por “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo” que ilusionó a Allende y que había sido insinuaba, en los albores de la independencia, por el abogado-guerrillero, Manuel Rodríguez.

Aquella democracia permanecerá en el exilio para siempre si se insiste en mantener el actual régimen político, que seamos sinceros, le cabría bien aquella frase falaz del despotismo ilustrado “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, salvo para las elecciones, donde el único papel que cumple el pueblo es validar a la elite que hará de sus vidas un infierno o una caja de pandora, jamás un paraíso.

¿O acaso las democracias representativas no son una versión edulcorada del despotismo ilustrado? Y en Chile si que se nota.

Por Alejandro Lasquen – publicado en Ojo con el Lente. Enviado por diario electrónico POLITIKA

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