Lectura de Playa

Oscilación

“Hay gentes o turistas que se acomodan y acuestan sobre la playa, si el tiempo acompaña. Pasean o por las orillas o en barcos, toman notas y fotos atrayentes, para después, sin haberse mojado un pie, dar lecturas de cómo es el fondo del mar”

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Hay gentes o turistas que se acomodan y acuestan sobre la playa, si el tiempo acompaña. Pasean o por las orillas o en barcos, toman notas y fotos atrayentes, para después, sin haberse mojado un pie, dar lecturas de cómo es el fondo del mar”

Es extraño, voy cayendo hacia arriba. He perdido el control sobre mí arquitectura. Mis ojos se cierran por cuenta propia. A ratos quisiera abrirlos, pero una pesadez de días y vidas, baja las persianas en forma rotunda. Confieso que no me preocupa mucho. La sensación de estar navegando sin brújula, ni bitácora de agenda ocupada, me produce un alivio enorme. Me siento como una pluma que no termina nunca de caer, como un copo de nieve hecho de maíz.

No tengo más ambiciones. Nada me duele, nada me falta. Soy fragmento de hoja cianótica que se lleva el viento. Imagino que soy la bandera del cielo. Una nube que va, que pasa, que se aleja, que viene llegando, que adorna, sin esa pretensión, la bóveda celeste.

Parece que por fin estoy en completa comunión con las leyes de la creación. La velocidad de mis átomos danza al ritmo de los átomos de la inmensidad. Por fin me siento parte de esa familia infinita de la materia que es, que está, no porque tenga sentido o exista un algo más allá o un modelo inteligente del movimiento de las cosas. Soy, por fin o por principio, parte de la totalidad.

Qué hermoso es flotar, debe ser lo más cercano a volar sin necesidad de tener alas.
No he buceado nunca pero creo que debe ser muy parecido a lo que intento describir. Donde uno mismo se arroja al agua como un anzuelo; un garfio de huesos que con el cuerpo dibuja un signo de interrogación ante el párrafo líquido que se tiene enfrente. El mar es el universo, no hay que ir a ningún lado para entender de dónde venimos o qué somos.
Mientras tanto, la realidad concreta y racional de los hechos, va dándole hachazos corto punzantes a la fábula que levanto, pretendiendo endulzar mi propia partida.

Hilera de acantilados infinitos va bordando la estación terminal de lo que queda de mi cuerpo.
Poco a poco se va apagando la vela que llevo dentro. Los veleros de mis hombros se van extinguiendo; comienzan a escarcharse. El invierno va tomando posesión de mis extremidades. Tengo frío. Me produce ternura la porfía de mi cuerpo. Me doy el lujo de contemplar el último atardecer desde mi lecho de lluvia.

El ser humano es el único animal que puede sentarse a contemplar su propia muerte.

Qué hermoso es estar dentro del agua, no sobre el agua, sino dentro de ella. No como un comandante de olas, sino como un súbdito más del mar. Ser el embrión de una medusa que cimbra entre desmayada y hechizada, el compás del océano.

Playa Tunquen, 5ta región

Al parecer la epidermis del agua puede oír mis pensamientos y me descubre de polizonte, de elemento infiltrado o anormal dentro de su regazo. Entonces, la presión y las leyes físicas del cosmos, me empujan hacia arriba, pero yo quiero hundirme en el mar. Seguir sintiendo como flotar es casi lo mismo que volar. Yo sé que provengo del agua. Mi exilio terrestre, aunque me duela, debido a la pérdida de mis branquias, ha sido momentáneo.

Y el mar, útero del mundo, me dice en todos los lenguajes que mejor me vaya a la superficie.
No quiero la superficialidad de andar de vez en cuando sobre la cresta de las olas. Quiero devolverme a la matriz marina, que es donde nací. Agua soy y agua quiero ser.

Con modal undívago, el mar me repite que mueva los brazos, que salga a la superficie. Que en lo superficial no corro ningún peligro. Pero yo no quiero, aunque me cueste la vida, no quiero más viajes frívolos, ni compañías superficiales.

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Las corrientes marinas, que son las cuerdas vocales del mar, me susurran en el cuerpo que haga caso, que me vaya. Y yo no quiero irme, esta es mi casa, o por lo menos lo fue en algún momento. ¿Por qué no puedo quedarme a jugar para siempre entremedio del jardín de los sargazos?
Sigo flotando y flotando. El mar me lleva, me trae, me mece de un roquerío a otro. Mi cuerpo lleno de lunares azules y verdes, me indican que me estoy tiñendo de mar. Ya no sufro, ya no me duele nada, ya no necesito nada.

Los peces me pellizcan los brazos intentando despertarme. Me hago el dormido, no les presto atención.
He perdido mi poca ropa, y más que eso, el concepto de tener vestimenta, de estar preocupándome todo el maldito tiempo, en cómo debo lucir.

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Los pájaros gritan mi nombre desde mi mollera. No los escucho, o hago como que no los escucho. No son pájaros, son voces de personas que no flotan, sino que se trasladan a fuerza de brazos sobre canoas. Me tiran algo contra el cuerpo. ¿Un arpón? ¿Una cuerda?, ¿una red? Creo que voy atascado o amarrado a una malla de mil eslabones de plástico. Terminan por sacarme. Yo quiero seguir flotando. Ellos intentan que renuncie a la dama más hermosa que es el agua. Me golpean el pecho, me dan de manotazos en la espalda. Pretenden que escupa el agua, y yo prefiero los golpes y los azotes, antes que renunciar a ella, no renunciaré a su beso en mis labios, no me harán cambiarla por su maleta de oxígeno plastificado. No quiero. Agua soy, agua seré.

El desenlace clínico es obvio.

Me dibujan algo en la frente. Me arrastran, me llevan. Me encierran en una heladera de cervezas fermentadas y patas de pollos petrificadas de hielo.
Yo sigo flotando, algo dentro de mí o quizás fuera de mí, me sigue meciendo.
Entiendo que me visten, me ponen maquillaje en los pómulos añiles. Alguien llora en letanía, no sé si de pena o agrado. Escucho rumor de pájaros, que quizás no son pájaros, sino personas. Da igual.
Como acto final de todas sus contradicciones, me encierran en una gaveta de madera y comienzan a hundirme contra la tierra.
Me vuelve a dar lo mismo, yo sigo flotando, ésta vez en un mar de tinta. ¿Sientes como tus ojos me van meciendo?

Por Andrés Bianque Squadracci.

1 comentario

  1. Poesia clara, diafana …. me encanto
    Siempre he sentido recelo de la poesia por su acaramelado cursi que la hace inentendible para mi … agradezco esta poesia simple, dura, lisa, palpable

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