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Miguel Enríquez, el menos muerto de todos.

Miguel, murió en combate, tuvo la oportunidad de pelear, no de morir amarrado a una silla o arrojado al mar. La vida lo premió con laureles.
Tuvo la suerte de no ser devorado por el tiempo y los pactos, y el dinero y los diálogos y los cargos.
Miguel fue un guerrero, lamentablemente, en medio de un gallinero de loros que parloteaban mucho y gallinas que sólo han hablado y hablado hasta el día de hoy y que siguen prometiendo sus ofertas de mercado.

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