Prioridades

Escribe Tomás Pérez, estudiante secundario.

El día miércoles 10 de enero, en una vergonzosa sesión de la Cámara de Diputados, los “honorables” parlamentarios aprobaron el proyecto que obliga a entonar el himno e izar la bandera en los colegios. «Muy orgulloso de q [sic] mi proyecto por rescatar valores patrios en colegios haya sido aprobado con amplia mayoría», escribió Cristián Labbé, autor de la patética propuesta.

Ciertamente, parece hasta tragicómico que, mientras la deserción de estudiantes creció un 13,3% a finales del 2023¹, los políticos consideren una prioridad dicha moción. Pero más allá del fetiche nacionalista que denotan los sectores reaccionarios, esta discusión pone de manifiesto la total desconexión de la clase dirigente con la realidad social. Por lo tanto, tal como decía Luis Emilio Recabarren, no debemos esperar nada de los ricos que controlan el país; en cambio, debemos esperarlo todo de nuestras propias fuerzas unidas, organizadas y educadas, que guíen la transformación del modelo educativo heredado de la dictadura.

Actualmente, el término “educación” sigue siendo visto como un bien de consumo y no como un derecho básico. En este contexto, la competencia se presenta como la piedra angular del esquema de aprendizaje. Los estudiantes en Chile somos simplemente números que favorecen o perjudican, según los resultados académicos, el estatus de nuestros establecimientos. Esto explica la razón por la que los medios de comunicación mostraron con bombo y platillo que el rendimiento escolar bajó en el informe PISA, en vez de visibilizar el precario estado de la salud mental que también se manifestó en la misma prueba².

Aún así, la prioridad de la derecha era otra.

No es sorprendente que los reaccionarios quieran enarbolar los símbolos patrios. Históricamente, han querido masas de estudiantes sumimos, dispuesto a defender lo que ellos denominan “valores patrios”. Ahora bien, sí resulta impactante que, mientras buscan robustecer la identidad nacional, un cuarto del estudiantado no se perciba como integrante en su comunidad escolar, de acuerdo a la investigación antes mencionada. Precisamente, muchos expertos en la materia han planteado que la juventud chilena está en una severa crisis de salud mental. Según la Revista Chilena de Neurología y Psiquiatría de la Infancia y Adolescencia, uno de cada tres menores entre 4 y 11 años aseveró no tener ganas «incluso para las actividades que les gustan» y el 24,6% conjeturó sentirse constantemente triste³.

Mientras nos obligan a cantar el himno nacional, el 20% de los colegios no tendrá conexión a internet y el 40% experimentará señales intermitentes⁴. Además, según cifras del SERNAC, una familia tendrá que gastar un promedio de $209 mil pesos en marzo para comprar los útiles escolares⁵, es decir, el 44% del sueldo mínimo.

Para colmo, se proyecta un déficit de 26 mil profesores en Chile para el próximo año⁶. El ejercicio de la docencia se vuelve cada vez más complicado en este país, pues los maestros enfrentan jornadas laborales extensas, debiendo -incluso- invertir horas no lectivas para cumplir con las exigencias. Así mismo, se ven forzados a lidiar con cursos cada año más grandes, dado que a las instituciones educativas les preocupa más aumentar las matrículas que ofrecer una educación de calidad. Todo esto se suma a un sistema de evaluación docente punitivo, que en muchas ocasiones formula exámenes que no se extrapolan a la realidad social de cada establecimiento. Por cierto, dicho esfuerzo se “remunera” a cambio de un salario que es doce veces menor al de un congresista.

Sin embargo, la prioridad fue otra.

En fin, esta columna podría volverse interminable al mencionar cada problema que afecta a nuestro modelo actual. Día a día, tanto estudiantes como docentes, somos testigos de una educación precaria que estigmatiza según el tamaño de la billetera y coarta el pensamiento crítico. Resulta ofensivo que, a pesar de esta evidente realidad, la prioridad de los “honorables” diputados sea legislar sobre la obligatoriedad de entonar el himno.

Ergo, esto nos demuestra que no debemos esperar de brazos cruzados a que la acción parlamentaria concrete los cambios que tanto necesitamos como sociedad. Está en nuestras propias manos el deber de movilizarnos y defender una educación gratuita, digna y de calidad. Si nuestra prioridad es luchar en el presente, el futuro será nuestro.

Notas:

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